La exhibición de Ricky Rubio ante los New York Knicks en el legendario Madison Square Garden no ha dejado indiferente a nadie. Un recital estratosférico que le convierte en primer jugador de la historia de la NBA en anotar más de 30 puntos, repartir 10 asistencias y convertir 8 triples desde el banquillo. También le sirvió para alcanzar su récord anotador personal de 37 puntos, anteriormente situado en 34 desde 2018.

Así, ha hecho historia en la liga de baloncesto más importante del mundo, con una sublime actuación que el propio LeBron James elogió. Pero esto no acaba aquí. El base exhibió su madurez, humildad y humanidad con sus declaraciones posteriores al partido.

Un discurso en el que subrayaba la importancia del propio proceso interno de cada uno, en la necesidad de creer en tus propias convicciones y seguir tu propio sendero. Sin prisas. Sin urgencias. Una conferencia en la que el jugador español impartió una clase magistral tan atemperada como necesaria para las generaciones venideras.

Y es que Ricky Rubio, uno de los mayores talentos del baloncesto mundial, es un crack tanto dentro como fuera de la cancha. Su trascendencia va mucho más allá del deporte y ahora ha alcanzado un punto de madurez, de serenidad, que se refleja no solo en sus actuaciones sobre la tarima, sino que también en la imagen que proyecta lejos de las pistas. Humilde y tremendamente sensata.

Con apenas 21 años llegó a la NBA, después de ser elegido dos años antes con el pick 5 del Draft de 2009 por los Minnesota Timberwolves. Allí, demostró ser un gran jugador, liderando las jugadas y repartiendo asistencias a cualquier compañero, pero quizás su escasa capacidad anotadora fue el punto débil que le impidió fichar por uno de los equipos aspirantes al título, fuera parte de varias lesiones graves que truncaron su progresión y que, a la postre, han construido esa paciencia y templanza “zen”.

Tras seis años con los Wolves, pasó por Utah, Phoenix y de nuevo por Minnesota para finalmente recalar en los Cleveland Cavaliers en plenos Juegos Olímpicos de Tokio, donde cerró su participación estableciendo marcas históricas. Superó la mejor marca de un jugador español que tenía Pau Gasol con 37 ante China y se consagró como máximo anotador con un 46% de los puntos para España.

Ahora mismo es el mejor jugador español de baloncesto del mundo. Es obvio que pasa por un momento especial de juego, pero los sinsabores del deporte, las lesiones y otros problemas personales le han enseñado a mantener la calma, reconocer ese “proceso” diferente en cada uno y esperar su momento sin infligirse una presión excesiva. Mismamente, esa filosofía de vida es la que puede que esté sirviéndole para seguir destapando el tarro de las esencias en una liga, la NBA, especialista en engullir egos y deidades. De momento, él prefiere seguir con los pies en la tierra.

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