En 2020 sigue fascinando la historia del mítico Béla Guttmann, nacido en el Imperio Austrohúngaro, en Viena, en enero de 1899. Destacó como jugador jugando la liga húngara y la liga austriaca para posteriormente pasar a jugar durante un año en una jovencísima liga de fútbol estadounidense. Pero sería como entrenador como se haría un nombre en la historia del fútbol. 

Considerado uno de los más respetados teóricos del fútbol, fue un revolucionario, implantando el famoso 4-2-4 que durante la década de los 60 se hizo tan famoso en el mundo futbolístico. Pero hoy no queremos hablar de su gran calidad como técnico, sino del mito que acompaña a uno de los más legendarios entrenadores europeos del siglo XX, envuelto en misterio.

Misterio fue ya saber cómo consiguió sobrevivir en la Segunda Guerra Mundial. Béla Guttmann era de origen judío, y como entrenador dirigía en el 39 a equipos punteros de la liga húngara. Fue perseguido y enviado a Auschwitz, experiencia de la que salió ileso, y sobre la que Béla nunca quiso hablar. 

Tras su experiencia nefasta, después de la II Guerra Mundial, empezó su gran etapa como técnico; dirigió a equipos en Italia (AC Milán), en Argentina (Quimles), en Brasil (Sao Paulo), en Uruguay (Peñarol), en Portugal (Oporto y Benfica)... Y fue en su llegada a Benfica, cuando se convertiría en mito y en misterio.

Nada más llegar a Lisboa en 1959 conoció a un joven Eusébio Da Silva, un chico mozambiqueño que con ayuda de Béla se convertiría en uno de los futbolistas más grandes de la historia. Con esta conexión Béla – Eusébio en el banquillo y en el campo, consiguieron llevar al Benfica a lo más grande, y en 1961 y 1962 hicieron al Benfica Campeón de Europa en dos ocasiones, sus dos únicas Copas de Europa; ganadas ante el Real Madrid de Di Stefano y el Barça de Kubala. 

A raíz de esto, Béla se convirtió en una leyenda del club, y lo primero que hizo tras su segunda Copa de Europa fue pedir el aumento de sueldo que creyó haberse ganado. El club lisboeta se lo negó, lo que llevó a Béla a dimitir y dejar la maldición que aún hoy continúa en el club: "Sin mí, el Benfica no ganará una final europea en 100 años".

Nadie le hizo caso ya que el Benfica era el dominador de Europa, pero en los siguientes años jugaron hasta 3 finales de la Copa de Europa (1963, 1965 y 1968), en todas cayeron derrotados. Décadas después, tras la muerte de Béla Guttmann en 1981, el Benfica siguió llegando a finales europeas y todas fueron perdidas por los lisboetas. 

En 1990, el Benfica volvió a alcanzar la final de la Copa de Europa, ante el AC Milán, y el propio Eusébio, ya retirado, visitó la tumba de Béla Guttmann para pedir el cese de la maldición. No lo consiguió, el Benfica volvió a perder. Años después, en 2013, los lisboetas llegaron a la final de la UEFA ante el Chelsea, y esta vez fue el equipo completo a llevar flores a la tumba del mítico entrenador húngaro en el cementerio de Viena, pero volvieron a perder.

En 2014, ante el Sevilla, perdieron la que ya es su octava final europea consecutiva. La maldición de Béla Guttmann sigue viva. Y si el bueno de Béla mantiene su palabra, los lisboetas tendrán que seguir sufriéndola 42 años más. Esperemos que los perdone antes.