El fútbol es un deporte de masas. Lo es por su pasión, por la pasión que dejan jugadores especiales, por lo que transmiten los futbolistas que están en el terreno de juego. Por su relación con el aficionado. Por su garra y su pelea. En definitiva, por lo que te hacen sentir. Y uno de estos futbolistas que transmitía su pasión como nadie era Darío Silva.

El delantero charrúa que pasó por la Liga española jugando en el Espanyol, Málaga y Sevilla desde 1998 a 2005, es uno de esos jugadores que no dejaba indiferente a nadie. Capaz de conectar con su afición de un modo único, su carácter hacía que cada afición por donde pasó estuviese orgullosa de tener a un futbolista como Darío Silva en su equipo. Pero su mismo carácter hacía que transmitiera todo lo contrario a las aficiones rivales, siendo el blanco de los rencores de las hinchadas adversarias.

Amor y odio, provocaba emociones extremas. Darío Silva en el campo entendía cada partido como una batalla, luchaba cada balón, se dejaba hasta la última gota de sudor, chocaba contra cada defensa, levantaba a su afición, y enfadaba a la contraria. Fuera del campo, su vida era mucho más relajada; su leyenda cuenta que llegó a acudir a concentraciones previas a partidos sin dormir ni un minuto. Para él, el fútbol era una batalla, y la vida era su descanso.

Formado en la liga uruguaya, dio el salto a Europa al Cagliari en 1995, donde en 3 temporadas marcó 20 goles, siendo aún muy joven. Tras su paso por Italia, por fin, aterrizó en España, y tras una breve estancia en el Espanyol llegó al Málaga CF, donde llegaba para sustituir a la estrella local, Catanha. Aún con esa presión, el uruguayo no tardó en convertirse en el ídolo y buque insignia de la afición malaguista. Sus goles, su juego y su espíritu luchador lo convirtieron en un fijo para Joaquín Peiró, el entrenador malaguista, y junto a Dely Valdés formaron la “Doble D”, una delantera temible en LaLiga de principios del Siglo XX.

Siendo fiel a su naturaleza, Darío Silva siguió provocando sentimientos extremos; transformó el amor inconmensurable de la afición malaguista en rencor en solo unos días, forzando su paso del Málaga al eterno rival malaguista, el Sevilla FC, en el verano de 2003. Pocas semanas antes de su fichaje por el Sevilla, el delantero charrúa dejó a los sevillistas sin su clasificación para la Copa de la UEFA, tras un partidazo de Darío en el que anotó dos goles al Sevilla, y dejó a los hispalenses sin posibilidades europeas. Ese mismo verano, se convertiría en la estrella en el proyecto de Del Nido de construir a un gran Sevilla. 

En Nervión nunca llegó a alcanzar el nivel de excelencia que tuvo en el Málaga CF, pero fue titular en el Sevilla que daba el paso a convertirse en un grande. Junto a Reyes, Sergio Ramos o Julio Baptista, pusieron la primera piedra del gran Sevilla que vendría, y que hasta día de hoy vemos.

Darío acabaría su carrera con una breve aventura en la Premier League, en el Portsmouth inglés, para retirarse finalmente en 2006. Y su vida cambiaría al poco de retirarse, tras sufrir un grave accidente de coche en el que perdió la pierna. Pero el espíritu del uruguayo es único y logró recomponerse, y con una prótesis hace hoy día vida normal.

Darío Silva es un genio y figura, y lo será por siempre. Intentó participar en los Juegos Olímpicos de Londres de 2012 en un equipo de remo, pero no logró clasificarse. Hoy día, trabaja en Málaga en una prestigiosa pizzería local. Al exfutbolista no se le caen los anillos tras una vida de deportista de élite, y un accidente que le costó una pierna, hoy sigue demostrando su carácter siendo capaz de salir adelante ante cualquier adversidad. Un futbolista de los que dejan huella.