“La pelota no se mancha”.
Diego Armando Maradona.

Ha triunfado un grupo unido; tan resiliente como virtuoso, que doblegó a todos sus rivales con colmillo y capacidad de sufrimiento. Una unión que, ahora, cuando huelga repasar las claves de este éxito, palpita como el secreto de un éxito que, al igual que en 2008, 2010 y 2012, no reposó sus expectativas en los rutilantes caprichos individuales. Además, lo ha logrado elaborando un fino cóctel de juventud y veteranía; de desparpajo y tablas. Mezclado, no agitado.

Los números del campeón

Las sensaciones que ha transmitido La Roja en todos sus partidos están ahí, las hemos podido detectar todos; los advenedizos y los que ya estaban aupados al carro. Ha padecido pocos (o casi ninguno) momentos de zozobra. Ha exhibido verticalidad y templanza, al tiempo que ha desprendido una presión solidaria y una firme fe en uno mismo y el compañero. No obstante, comenzamos este análisis desmenuzando algunos datos que locuazmente plasman el ciclópeo rendimiento de esta España hasta levantar el título al cielo de Berlín.

Ha ganado todos sus partidos, siendo únicamente uno, el de cuartos ante Alemania, en el que tuvo que acudir al tiempo extra. En ningún momento hubo de encomendarse a la suerte de los penaltis y por el camino se ha “ventilado” a nada más y nada menos que cuatro combinados nacionales con una o más estrellas de campeón del Mundo adornando su pechera (Italia, Alemania, Francia e Inglaterra).

España ha anotado 15 goles (13 de ellos dentro del área y provenientes de 10 jugadores diferentes), algo más de dos por partido y sin que se le haya pitado un penalti a favor. También ha sido el equipo con más disparos, 123, de los cuales 42 fueron entre los tres palos. Buena muestra de la voracidad de su ataque.

Pero no ha construido su éxito únicamente en una portentosa capacidad ofensiva, afilada por el descaro desde los costados de Nico Williams y Lamine Yamal. España ha recibido solo 4 goles en 7 partidos, 2 de ellos cuando el 0-0 todavía campaba en el electrónico (Georgia y Francia). Pingüe guarismo obtenido gracias a su acompasada y entregada presión y el hercúleo compromiso de todos sus hombres para recuperar la pelota o achicar agua cuando el rival se desmelenaba.

De este modo, ha sido el equipo de la Eurocopa que jornada a jornada copaba la clasificación de recuperaciones hasta quedarse en las 290 finales, casi 40 más que el otro finalista: Inglaterra. También ha sido el equipo que más faltas ha cometido, muchas de ellas tácticas, en momentos y lugares más que oportunos, dando fe del gen competitivo inoculado en este siglo, algo que Luis Aragonés reclamaba tras la eliminación a manos de la Francia de Zidane en el Mundial de Alemania 2006.

No hay lugar para el escepticismo dogmático. El equipo se ha vaciado en todos y cada uno de los partidos.  En las dos áreas. Desde el minuto 1 hasta el 90 (o el 120 como ante Alemania). Y no es un tópico. La imagen de Dani Olmo sacando el balón de la línea en los instantes finales de la final y con el 2-1 en el marcador retrata perfectamente el pundonor exacerbado en mor de una causa común: traer a España la cuarta.

Luis de la Fuente: el líder silencioso

Se ha conseguido bajo el liderazgo silencioso del seleccionador, Luis de la Fuente, un riojano sereno, cabal y trabajador, cuya designación estuvo salpimentada de unas dudas que ha barrido poco a poco desde que cogiese las riendas de la Roja tras el Mundial de Qatar 2022. Sin estridencias ni conflictos, ha capeado temporales apocalípticos y hecho de la selección una familia jovial y humilde en la que ha imperado el buen rollo.

Un hombre de la casa que ha levantado su sexto gran título con España, el segundo con la absoluta en 587 días (UEFA Nations League y Eurocopa). Período en el que ha dirigido 22 partidos en los que ha conseguido 18 victorias y demostrado que no se casa con nadie. Tampoco le tiembla el pulso a la hora de dar la alternativa, como en el caso de Lamine Yamal, o dar protagonismo a actores a priori secundarios, como con Cucurella o Fabián.

La evolución: Tiki-taka 2.0

Pero otro de los múltiples logros de Luis de la Fuente redunda en el modus operandi. El estilo de juego que nos llevó a lo más alto y cambió el victimismo por impresionismo pictórico estaba agotado tras el Mundial de Qatar. A la posesión inane le urgía una revisión y el técnico riojano se la ha dado.

Ha evolucionado el libreto, dotándolo de profundidad y desborde sobre un 4-2-3-1 que combina la presión con la verticalidad de los extremos y el equilibrio de un centro del campo en el que Rodri, firme candidato al Balón de Oro, ejerce de brújula. Las variantes y alternativas son varias, y La Roja es ahora un equipo más voluble, más camaleónico, capaz de defenderse con uñas y dientes. De contraatacar o de atemperar. De esquivar o asestar directamente al mentón.

Veteranos y noveles unidos por un mismo “color”

Se ha hablado mucho de la insultante irrupción de Lamine Yamal, del liderazgo con y sin balón del MVP Rodri, del desborde de Nico Williams, del oportunismo de Olmo, de la clase y despliegue de Fabián, del inagotable combustible de los laterales (Carvajal y Cucurella), del trabajo de Morata, de la fiabilidad de los centrales (Laporte, Le Normand y Nacho)

Pero España no ha vivido únicamente de sus mejores hombres. La unidad B ha respondido. Y vaya si lo ha hecho. Los suplentes no desentonaron en momentos clave e, incluso, aparecieron en el momento exacto, como con los goles de Mikel Merino en cuartos u Oyarzabal en la final.

Y es que Luis de la Fuente ha conseguido conformar un grupo sólido pese a su heterogeneidad; porfiado de registros, de procedencias y experiencias. Contrasta, así, la precocidad y frescura de la camada de Lamine Yamal o Nico Williams, con la veteranía de Jesús Navas, Nacho o Carvajal. Todos ellos han congeniado a las mil maravillas tras haber aparcado la en ocasiones tóxica procedencia.

Atrás quedan las etapas de bandos y tensiones. La Roja es una familia en la que todos suman y presente, pasado y futuro conviven con naturalidad y sin complejos. Tranquilidad que ha contribuido a este tremebundo éxito. España ha vuelto y lo ha hecho desde la sencillez, el trabajo y la frescura. Pilares de un logro que no hace otra cosa que, tras unos años de ostracismo y restauración, restituir la dictadura de La Roja, el combinado con más lustre en lo que va de siglo (1 Mundial y 3 Eurocopas). No nos olvidemos.

Sea como fuere, y aunque suene a eslogan, el futuro es ahora y nadie puede arrebatarnos que este triunfo sin mácula esboza un porvenir esperanzador. Disfrutémoslo y… ¡que pase el siguiente!

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